Woody Allen – Bilbao 2019 – Resumen concierto
El pasado domingo 16 de junio pudimos ver a Woody Allen en el Palacio Euskalduna de Bilbao, junto con su banda The Eddy Davis New Orleans Jazz Band, que se encuentran de gira por España en estos momentos, y que pasarán por Barcelona hoy 18/6 y por Madrid el 20/6 (ver noticia).
A continuación os dejamos el relato de la velada del domingo 16 de junio en Bilbao, de la mano de Asier G Senarriaga.
INTRODUCCIÓN
Y Woody Allen llegó a la Villa, no ha sido la primera vez, ya hace quince años nos regaló una velada mágica en Bilbao, pero esta vez precediendo el rodaje de su nueva película en Tierras Vascas, con una trama ubicada en el Zinemaldi Donostiarra, y con notas cinéfilas por doquier.
Los bilbaínos encantados de saludar al mito viviente del cine durante toda la jornada, desde Somera al Mercado de la Ribera, desde la Calle Bailén hasta Ripa, Woody y Soon-Yi Previn hicieron un recorrido turístico por el Casco Viejo y atendieron con amabilidad y humildad desbordante a todo aquel que con salero tuvo a bien ofrecerle un buen apretón de manos a la bilbaína, o solicitar la inmortalidad de una foto con el guionista, cineasta y “Clarinetista” neoyorquino.
Y las comillas no están porque sí, Allen hombre de cine, es una leyenda, Woody humilde intérprete de clarinete, no lo es. Sus 84 años, y sus pulmones, no le permiten ya aquello que quiere ofrecer, pero no puede. ¿Una lástima?, pues no, increíblemente, su carisma, y su extraordinaria banda, lo cubren con creces.
El Carisma de una Estrella, el Talento innato y sobrenatural de una Jazz Band eterna - Woody en el Palacio Euskalduna
Con las pimpantes notas de un ragtime al piano, un perpetuamente despistado e inefablemente encantador Woody Allen entraba en escena, y tras los aplausos, el resto de la vibrante The Eddy Davis New Orleans Jazz Band. La banda contaba con su titular al Banjo, desatado en dinámicas performances del instrumento con unos dedos que desafiaban las leyes de la física, unos soberbios trombón y trompeta, un apoteósico batería, y un lustroso y políglota pianista, que consiguen que el auditorio tiemble de emoción y los pies se muevan al ritmo eterno de los clásicos.
Allen, muy justo de fuelle y energía, pero dándolo todo en escena, volvía loca a la audiencia con sus valientes solos. El trombón le apoyaba como la mami al bebé que aún no puede andar y está a punto de caer, pero no lo hace. La trompeta con sordina, dotaba de energía al conjunto mientras el piano hacía que el todo, entre en ebullición, pautado por el latido del corazón del grupo, un inmenso batería que concede la atmósfera adecuada para que todos se luzcan, se desaten, y en última instancia triunfen con deleite y satisfacción en platea y palcos, en fondos y anfiteatros.
De los dixies sureños y criollos de la Nueva Orleans de postal, a los ragtime sucios, decadentes, pero con el brillo del alma puesta en los instrumentos. Y todo ello sin dejar de lado los clásicos como Manzie Johnson y Louis Armstrong, cuyo “Wildman Blues” se rescató ayer para locura del Palacio Euskalduna, mientras los músicos se sonreían entre ellos por la tremenda acogida, y mientras daban el 110% para complacer y disfrutar a un tiempo, dedicando incluso a Woody momentos cinéfilos para el recuerdo.
La presencia en escena de “Manhattan”, “Sweet & Lowdown (Acordes y Desacuerdos)”, o “Midnight in Paris” fueron jaleadas con efervescencia y aplausos, el homenaje a Sydney Bechet, sensacional, con la voz grave del batería dotando de textura y nobleza a la pieza cantada, mientras la Banda aprovechaba cada solo para darlo todo; incluso Woody Allen se atrevió con un complicado alarde improvisado que generó aplausos y fue su mejor contribución de la noche.
Pero con New Orleans como protagonista, la cinefilia se rindió con el golpe de inspiración que fue incluir los míticos arreglos de Lalo Schifrin y su ‘The Cincinnati Kid’, que levantó del todo al público e hizo levitar a los músicos en un apoteosis, que fue el cenit del concierto. Banjo, piano, trompeta con sordina, trombón, batería y clarinete solista, a por todas al ritmo, en un momento muy al estilo del ‘Concierto de Año Nuevo en Viena’, con las palmas del público marcando el ritmo, en una simbiosis extraordinaria que dio el punto extra de grandeza necesaria a la interpretación.
Incluso el punto despistado y la eterna inseguridad de un Woody Allen en su salsa resultaron encantadoras, cuando se atrevió a tomar el micro en la tercera pieza y narrarnos el porqué de su pertenencia a la Banda:
“Yo sólo toco para pasar el rato con unos buenos amigos en nuestro bar de Manhattan, lo sorprendente es que la gente acude y se sienta a escucharnos (acompañado de su legendario movimiento de hombros a la Groucho Marx). Y lo más sorprendente es que lo siguen haciendo”. Un estallido de carcajadas fue la segura consecuencia a la ocurrencia.
Tras un repaso al encantamiento de New Orleans a través de la historia musical de clásicos como George Lewis, Johnny Dodds, King Oliver, Buddy Bolden y hasta el eterno “St. Louis Blues” de Rob García, tuvimos algún espiritual con la voz de Eddy o la aportación vocal de Trombón y Trompeta, pasando por la inclusión de la celebrada e inevitable concesión latina, con el pianista dando cumplida constancia de su facilidad para los idiomas, cantando el “Para Vigo Me Voy, muchachos”.
Con la tradición festiva del Mardi Gras y los solos de Woody al clarinete y Eddy al Banjo y la aportación sublime de Trompeta, Trombón, Batería y Piano, llegaba el espectáculo swing melódico del Broadway clásico: un “Easter Parade” en toda su gloria y los músicos estallando es virtuosos rondos, en los que Woody fue cubierto cuando ya no alcanzaba las notas altas, y todos, todos, alcanzaron un éxtasis con la audiencia reunida y entregada a la causa.
Y tras hora y media de concierto, llegaba el final, con dos bises especiales, ambos tocados de pie por Allen junto a su trombonista y al trompeta: el mítico “Bright Star Blues”, desgarrador y lleno de fuerza, pese a un Woody ya agotado que no pudo cerrar con perfección los solos, pero que fue compensado por el sobresaliente vigor de la banda al rescate. Y para el final, un Dixieland, que por momentos parecía una extensión del “Yo Quiero ser como Tú” de “El Libro de la Selva” que la Banda coronó con un soberbio “Finale” de sonido glorioso.
Ni que decir tiene que la ovación en pie estaba garantizada y así fue. Unos minutos en los que la jovialidad, la energía, y el amor a la música se podían tocar en el aire, y qué mejor colofón para una velada inolvidable.
Hasta una próxima ocasión en que las Artes nos unan,
Ta ta, A.
Artículo por Asier G. Senarriaga
Fotos por Gorka Oteiza